domingo, 5 de diciembre de 1999

Hacia una caridad Social en las hermandades y cofradías: de una apariencia justificable a un mandamiento de amor

Conferencia inaugural de la Tertulia cofrade "Venga de frente" impartida el 4 de diciembre de 1999 por José María Martínez

Jesús nos dijo:

“Ahora os doy mi mandamiento: amaos los unos a los otros como yo os he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15, 12-14). Jesús nos transmite esta orden de enseñanza “que os améis unos a otros”.


La Caridad: un mandamiento de amor

No hay una mejor forma de representar la razón y la presencia de la Caridad en nuestras vidas. De esta manera tan clara y bella, Jesús hace de la Caridad el Mandamiento Nuevo (Jn 13, 34); un mandamiento que nos enseña el camino de la vida en el amor presente en nuestras relaciones sociales; una ordenanza que supone la participación fundamentada en el mismo Amor.

El ejercicio de la Caridad nos llega como una inspiración de las demás virtudes del cristiano; se constituye en la fuente y la guía de la verdadera práctica Cristiana. Gracias a la acción de la Caridad se asegura y se consigue purificar nuestra facultad humana de amar. Para el cristiano, implica en definitiva, el imperativo de respetar, amar y promover la vida de cada hermano, según las exigencias y las dimensiones del amor de Dios en Jesucristo.

El nacimiento de la Caridad, enriquecida con este valor personal, pero social a la vez, es recogido y establecido desde el origen mismo de la vida cristiana, y expresado en una palabra que en nuestra lengua matriz por sí sola aglutina y acoge conceptos tan necesarios y hermosos para nosotros como son el amor, el afecto, la ternura, pero lo que lo hace más importante, con su especial riqueza, es la existencia de una referencia a una disposición personal (de cada persona) a obrar atendiendo a unos principios que recogen una tendencia de acción en nuestras vidas, pero hacia el otro; un amor, un afecto, una ternura, una generosidad, pero hacia los demás. Donde el amor se convierte en algo activo, y donde se suscita, y es necesaria, la reciprocidad en las interacciones. Lo que supone un desprenderse de una tendencia propia a centrarse en el ego personal; y mirar, atender, y preocuparse por los que muestran una necesidad, unos a otros.

Donde no sólo hablamos de dar o cubrir una necesidad puramente material, sino que es un dar y darse, una entrega de lo que uno es, sabe y tiene, proporcionar aquello que el otro necesita en cada momento y circunstancia.

Por esta razón, se hace tan importante su implicación en nuestras relaciones humanas, y en nuestras vidas; es un mandamiento de amor en la misma raíz de la interacción del ser humano. Y Jesús, como gran conocedor de este proceso, aparece como un verdadero modelo e instructor a lo largo de su vida, enseñando y mostrando esta tendencia de comportamiento, que constituye un medio de unión con Dios a través del amor, el respeto, y la ayuda a los demás.

La participación en la vida de Cristo y promoción de la vida humana, debe realizarse mediante el servicio de la Caridad, en todas sus dimensiones, y en todos los ámbitos de relación social a través del testimonio personal.

Y si esto es así, lo entendido como Caridad, este comportamiento o tendencia hacia los demás, no es algo nuevo, sino que ha supuesto una transmisión a lo largo de la historia, hasta nuestros días, y en toda la comunidad cristiana; desarrollándose, así, a lo largo del tiempo toda una trayectoria en el seno de la Iglesia dirigida a acciones caritativas, a través de parroquias, hospitales, órdenes religiosas, hermandades, etc., que han conseguido introducir en la vida eclesial y civil numerosas estructuras de servicio a la vida.


La acción de la Caridad en las Hermandades y Cofradías

Sin embargo, y aunque esta consideración es clara, si atendemos a toda la comunidad cristiana, no parece que haya sido, en grandes rasgos, un mandamiento muy extendido entre los cristianos a lo largo de toda su historia; y hoy en día, de hecho, nos seguimos encontrando con personas, instituciones, que se dedican a una actividad caritativa, pero sin embargo, parece seguir faltando un sentir común de Caridad.

Particularmente, en las Hermandades y Cofradías la cuestión sigue mostrando esa falta de claridad, tan evidente. En la actualidad, la Caridad sigue siendo utilizada en muchos foros (congresos diocesanos de Caridad y pobreza, conferencias, etc.), y es traida y llevada por unos y otros, mantenida por una temática que suscita mucho interés, aunque a nuestro pesar, no se han conseguido grandes cambios; llegando incluso a manifestare una falta de acuerdo en referencia a su lugar de ubicación; así nos encontramos opiniones que defienden ser algo más de lo que se viene haciendo, y los que consideran que ésto sólo son acciones muy concretas y circunscritas dentro de la acción de las Hermandades, y no es tarea de ellos, e incluso, lamentablemente, en muchos casos, llega a ser utilizada como un arma ofensiva, en el sentido de ser empleada para cuestionar a los cristianos que bajo hermandades y cofradías están agrupados (escuchándose frases como, ¡todo es dedicado a pasos, a ganar dinero para lujos!,...,.), y viceversa, en utilizar determinadas actuaciones de las mismas hermandades como una defensa, como una justificación (del tipo, “en Navidad hemos recogido 50 Kg. de comida”, ...,.). Se podría decir por ello, que hay un sentir de Caridad que no parece asemejarse a la tendencia de amor que Jesús nos intentó transmitir.

En este punto, es donde debemos detenernos por lo que nos atañe, máxime si se defiende, como en muchos casos ocurre y se nos dice, que la Caridad debería distinguir a los cofrades.

Lo primero que podríamos considerar es si la acción caritativa es un problema específico de las hermandades, o es una preocupación general en toda la comunidad cristiana.

En principio, parece manifiesto que no es un problema circunscrito a las Hermandades y Cofradías, y si de la Iglesia en su conjunto; no hace falta observar muy detenidamente para darse cuenta que muy pocos son los cristianos o las asociaciones religiosas que realizan una verdadera práctica de afecto, ternura, etc., a los demás.

En este sentido, toda la Iglesia estaría llamada a trabajar en esta acción, como fue indicado por el Santo Padre, en su carta Tertio milennio adveniente, donde nos preparaba para el Jubileo, y señaló el año 1999, como el dedicado al Amor a Dios Padre y a la renovación de la Caridad.

Ante tal hecho, habría que considerar que el no existir esta especificidad en las hermandades no debe derivar en una auto-justificación, ya que, no olvidemos que los cofrades pertenecemos a la Iglesia y estamos llamados como cristianos a la renovación, y esto conlleva una repercusión directa en las Hermandades.

La Iglesia abarca muchas facetas y estructuras, asociaciones y comunidades, donde hay presente una amplia especificidad en su trabajo, y las Hermandades y Cofradías forman parte como asociaciones religiosas de esta organización. Si bien ésto es cierto, en este sentido, nos encontramos con la existencia de una dispersión entre las distintas instituciones de la Iglesia en el ámbito de la Caridad; existe una actuación pero el trabajo aparece disperso; cuando lo necesario sería una colaboración y una unión entre ellas.

Las Hermandades centramos nuestro trabajo en la manifestación pública, en favorecer el culto; y además, el promover en la medida de lo posible los actos de Caridad. Aspecto que en cierta medida llega a cumplirse, pero esta actuación parece ser poca, no general a todas las hermandades, y se está cayendo en el error y en el riesgo de ser utilizada como una justificación, y no como cumplimiento real de la participación en el Amor de la Caridad.

Se cae muchas veces en el error de separar la Fe de la Caridad, y existe una tendencia mayor a la piedad, al culto diario, a los elementos procesionales, que son necesarios, son nuestra base, pero como señala Santiago, ¿de qué sirve que alguien diga que tiene Fe, si no tiene obras? (St2, 14), la fe debe actuar por la Caridad, porque sino resulta vacía y estéril, dejamos un espacio incomprensible entre el decir y el hacer; se debe llevar a una manifestación práctica de lo que manifestamos y defendemos.

Una de las razones, junto con otras muchas, que ha podido influir en las actuaciones de nuestras hermandades, es la singularidad de la historia cofrade almeriense, en la cual, y sin caer en repeticiones y largos análisis, ha debido construirse en gran mayoría en las dos últimas décadas; donde el patrimonio, pieza indispensable de una Cofradía, era escaso y no se adecuaba a las exigencias de las hermandades, una necesidad que ha conducido a formar un patrimonio ajustado a las cofradías, unido a la creación de otras nuevas hermandades, y la búsqueda en los últimos años de las necesitadas casas de Hermandad (pieza indispensable para poder llevar a cabo cualquier acción); influyendo de esta manera en constituirse desde estos principios como objetivo principal, dicho patrimonio y el intento de hacer Cofradía, y la necesidad de atender a las “obras de Caridad” se han ido teniendo en cuenta, de menos a más, sin duda, pero caracterizándose en acciones concretas a pequeña escala: campañas de Navidad, recogida de materiales quirúrgicos y farmacológicos, acciones concretas de un pequeño número de personas en asociaciones, etc.

Se podría decir que existe un periodo de formación continua, donde nos hemos estado creando, concienciando de lo que somos, y donde se han ido introduciendo mejorías en muchos aspectos como litúrgicos, procesión en la calle, formación religiosa, pero sin embargo, aún quedan muchas facetas que se podrían ir incorporando, mejorando, y cambiando, como es el tema de la Caridad.


La Caridad: Las Hermandades como respuesta social

Por ello, y a pesar de considerar que las Hermandades y Cofradías contribuyen en la Caridad, cumpliendo con una parte de su compromiso como cristianos, en un gran número de casos se quedan en “eso”, en obras de Caridad “aisladas”; cuando las hermandades podrían llegar a dar un paso “más”.

La Caridad no puede ser una responsabilidad exclusiva de un Diputado y circunscrito a unos determinados momentos; ya que se contradice con la idea misma de la Caridad, comentada en un principio, lo que sin duda, llegaría a dispersar la responsabilidad en los demás. El diputado de Caridad debería ser el coordinador de las ayudas o el acercamiento a las necesidades sociales por parte de las Hermandades.

Esta posibilidad que las hermandades pueden adquirir, unido al momento social actual en el que nos encontramos, dadas todas las demandas y necesidades presentes en nuestro día a día (no olvidemos el malestar y la falta de comprensión en el cristianismo in situ, con respecto a sus asociaciones, y estructuras), sea el momento y el lugar más idóneo de donde pueda venir una respuesta a la comunidad.

Existe un amplio potencial en el seno de las hermandades por la variedad de posibilidades que en sí puede acoger y ofrecer. No olvidemos, como se recoge en la Carta Pastoral de los Obispos del Sur de España sobre las HH. y CC., “[...] las hermandades constituyen el hecho asociativo que cuenta con un mayor número de miembros entre los católicos de la región[...]”. Estos datos nos podrían servir para analizar este estado y considerar si debería ser el momento idóneo para plantearse este paso más.

Podría ser el momento de considerar la posibilidad de una Caridad hacia la sociedad, un trabajo insertado en la misma comunidad, y en la sociedad, dando respuestas para que siguiendo este camino la sociedad pueda entrar en la hermandad, enriquecer la hermandad y transformar la hermandad, y a su vez, ésta entrar en la propia sociedad, de la cuál, sin duda, llega a pertenecer.

Evitando considerar la Caridad como actuaciones aisladas; sino un compromiso de las Cofradías de Almería y de sus responsables, en las Juntas de Gobierno, de poder dar respuesta a la aspiración de una sociedad desvirtuada y material, y anhelante de encontrar un lugar donde manifestar sus inquietudes. Una acción de las hermandades y cofradías con una responsabilidad pastoral y social múltiple.

Todo ello supone una continua y paciente obra con los demás, que exige una constante promoción de vocaciones al servicio, e implica la realización de proyectos e iniciativas concretas, estables e inspiradas en el Evangelio; sin tolerar unilaterismos y discriminaciones.

Múltiples serían los medios y las posibilidades para llevar a cabo este compromiso social de las hermandades, sin obviar lo que ya se viene realizando (considerando que es un trabajo de persona a persona, que en muchos casos hace falta medios materiales, pero que la base es un dar de cada persona implicada); con jóvenes en barrios marginales el desarrollo de talleres de formación de empleo y de habilidades; la colaboración en la formación de centros de acogida o de financiación y colaboración; con ancianos la creación y colaboración en residencias, etc.

A modo de aproximación, y en cuanto a la forma del hacer, lo primero que se podría realizar por parte de una Hermandad sería un estudio de las principales problemáticas y de los sectores a los que se puede dirigir (marginados, jóvenes en la calle, familias rotas, minorías étnicas, etc.), con las comunidades ya escogidas: tipo de población, sus características, principales necesidades, ámbitos más afectados, acciones concretas que ya se estén llevando a cabo, etc., (atender cuáles son las necesidades: sociales y psicológicas de la comunidad que recoge la hermandad;) posteriormente, hacer un estudio de las posibilidades de la Hermandad, una toma de decisiones, y una búsqueda de recursos, para finalmente llegar a su ejecución.

En estos primeros momentos, sería necesario decidir si actuar de una forma individual o en colaboración con otros grupos para trabajar con los necesitados, ya sea con asociaciones laicas o de la iglesia. Una Hermandad puede dedicarse a un grupo, y unirse a otros (sean hermandades u otro tipo), colaboración con asociaciones de vecinos, etc. Existen muchas asociaciones, que demandan ayudas, que de forma gubernamental, estatal, no se reciben, y existen muchos núcleos de problemas que no son atendidos, y las hermandades pueden jugar un papel fundamental, mejorándose estas y las propias asociaciones.

Se pueden promover la formación de Fundaciones donde se colabore y se fomente en proyectos de Acción social, en general, y en particular, las actuaciones a las que se decidan sus objetivos concretos; buscando ayudas en instituciones, empresas, etc., que contribuyan a facilitar los recursos necesarios.

La forma de actuar debería guiarse bajo la consideración de diferentes grados de pobreza, desde las más extremas (personas en la calle con múltiples problemas, de alcohol, depresión etc.) a casos más cercanos, donde la pobreza no es económica, y si carencias causadas por la soledad, enfermedades, etc.

Pero no sólo en estas áreas, sino dentro de la misma Hermandad, ofreciendo asesoramiento social a los cofrades que demanden dudas, información ante problemas específicos que puedan presentarse, recaudación de libros para los necesitados, material escolar, donación de sangre, etc. De esta manera las posibilidades pueden llegar a ser múltiples.

Todo ello debe ser animado por personas generosamente dispuestas y conscientes de lo fundamental que es el Evangelio de la vida para bien del individuo y de la sociedad (EV). Conduciendo al encuentro de las necesidades, iniciando, si es preciso, nuevos caminos allí donde más urgentes son las necesidades y más escasas las atenciones y el apoyo.

Creo que esta labor no nos debe asustar, y sí por el contrario, animar para arrancar el potencial que las hermandades pueden tener en las sociedades actuales. Es el momento de dar un paso hacia una Caridad Social en las hermandades y cofradías.

Referencias:

Catecismo de la Iglesia Católica (1992).

Evangelium Vitae (1995). Carta Encíclica de Juan Pablo II.

Nuevo Testamento.