Qué dulce es el rostro del Señor de la Sentencia, el de Felipe Morales. Dulce, casi tanto como la mesa preparada por MariCarmen para disfrutar de una larga madrugada con cardos en la túnica que restó vida pero dio juventud al Gran Poder y que enmudeció con Cebrián en la Campana. Una madrugada histórica en la que no salió el Cristo de la Escucha y en la que algunos se acostaron con sueño para salir mañana en una cofradía. Los romanos de la Macarena estrenaban corazas mientras aquí llovía y Víctor García Rayo daba una lección tras otra en el ordenador en el que terminamos viendo lo que empezamos en otra estancia.