El día que Antonio Burgos se anime a escribir las memorias de las mujeres de la limpieza del SAS, tendrá que dedicar un capítulo a las estampas que recogieron en vida. En algunas habitaciones son extrañas, devociones internacionales allende Despeñaperros o, sobre todo, de más allá de Pulpí. También las hay de las grandes devociones provinciales. Las otras son reconocibles, cercanas, próximas, casi familiares. Son los titulares de las cofradías de los que han pasado a ver al inquilino de esa desubicada capilla que se esconde detrás de tres cifras al final de un largo pasillo. Ningún cofrade será ingresado en una habitación próxima al ascensor parecen mandar las Reglas de la vida.
Retablo que reconforta al que cree y, al que no, extraña; que sorprende por la profusión. Útiles en su utilidad ellas, mientras, siguen en su altar, efímero como de Corpus, haciendo su trabajo. Arrojando luz, dando calor, ofreciendo esperanza, reconfortando, en una palabra, cuando no se ve la luz, cuando todo es frío y no hay esperanza; cuando pocas cosas reconfortan.