Un ratito echándole un cable a Dios. O una mano. Gracias a Alfredo Casas, a su Junta y a su Hermandad, esta Tertulia pudo sentir cómo se le clavaba el peso del madero en sus hombros. Como si fuéramos de Cirene. El 14 de septiembre el Perdón se hizo algo de calor y fue a su casa para celebrar treinta años. Poco después de abandonar nuevamente San José pasó por una de sus calles que es más calle suya que ninguna otra, por Dulcinea, y luego por María Guerrero, que también tiene su rato largo de historia llegó a las Cruces, una esquina, un aviso y un relevo. Entramos ahí, en la calle Calvario y desde ahí hasta San Ildefonso. Algunos repetíamos como cuando se volvía a la Compañía de María. Otros tocaban al Dios del Perdón por vez primera. Todos nos emocionamos y agradecemos que los hermanos nos cedieran su tesoro unos minutos, unos instantes. Nosotros cogimos el madero como si fuéramos de Cirene y allí que nos fuimos con el Hombre. Como intentándole hacerle más llevadera la agonía. Ilusos. Él en su divinidad no necesita eso; somos nosotros los que, precisamente, en esa divinidad necesitamos su infinito Perdón. Y por unos instantes lo tuvimos sobre nuestros hombros, sobre nuestros cuerpos. Bien que lo sentimos y, como decimos, desde aquí lo agradecemos.
Fotografía: Dani Pérez