La hemos visto alejarse en un camión. Primero bajó, luego esperó. No sabemos si regresará. Tampoco conocemos toda su historia. Sólo sabemos de los años que pasamos junto a ella. De lo que costó asomarse a esa reja. De los peligros que luego entrañaba. Ahora deja su sitio, cede su espacio a una puerta. No sabemos si vendrá restaurada, si el paciente merece la pena, el esfuerzo, el dinero de su recuperación o soportará la eutanasia de su venta al peso. Sólo sabemos que esa reja ya estaba ahí cuando los tabiques de la vecina casi los echan abajo a balazos y metralla. Cuando se hacían barriles y escobas ahí al lado. Quizá estuviera desde mucho antes. Lo que es innegable es que ahí estaba desde que la pusieron. Y el otro día la bajaron después de muchos años para llevársela. Eso es lo único que sabemos.
La tarde que la bajaron aguardaba media Junta en la plaza; como si fueran a despedirse. Se te echará de menos, con ese aire oxidado, desvencijado de tu insegura pero elegante estructura. Qué digna soportaste el paso de la historia por delante de la quietud de tu huerto. Ahora la plaza de Jesús Cautivo ha perdido el sabor que tu herrumbre le daba a las noches de verano. Ojalá sea cuestión de tiempo y regrese la gloria de tu compañía a nuestros días. Mientras tanto, se te echa de menos.
La tarde que la bajaron aguardaba media Junta en la plaza; como si fueran a despedirse. Se te echará de menos, con ese aire oxidado, desvencijado de tu insegura pero elegante estructura. Qué digna soportaste el paso de la historia por delante de la quietud de tu huerto. Ahora la plaza de Jesús Cautivo ha perdido el sabor que tu herrumbre le daba a las noches de verano. Ojalá sea cuestión de tiempo y regrese la gloria de tu compañía a nuestros días. Mientras tanto, se te echa de menos.