Conjunción del sentimiento y del paisaje
Semana Santa. Teoría y realidad
Antonio Núñez de Herrera, 1934
La ciudad tiene lugares y ocasiones. El buen saboreador conoce bien sobre qué confluencias florecen las maravillas y cuándo es la sazón y madurez de lo magnífico. Sabe con qué luna rebrotan ciertas calles recoletas y cuándo el olor de azahar es un vino como otro cualquiera y en qué madrugadas la Giralda es no sólo la mejor torre, sino la mejor mujer del horizonte.
La ciudad es en cierto modo un sistema de conjunciones. En la Semana Santa, por ejemplo, se da siempre entre el alma y el tiempo y el espacio, entre la hora, el sentimiento y la arquitectura, una organización de ecuaciones que únicamente para determinadas circunstancias toman valor concreto y solución exacta.
Hay esquinas que son el mejor párpado de la sorpresa y plazuelas donde es posible oír saetas mal entonadas. Exiten horas en la noche para que gorjeen canarios de oro fino en la selva de molduras de los pasos, y luces frías, humedecidas por el río de la tarde, que alumbran sólo para esmerilar la agonía que vidria los ojos del Cachorro. Hay una geografía de la Semana Santa y es necesario un reloj que marque el momento astronómico en que la cal y las ventanas deberán ser complementos plásticos para la opulencia de las procesiones en la calle.
La Semana Santa es principalmente espuma de concordancias. Los elementos simples navegan sujetos siempre y orientados a la conjunción que los acople. La voz del capataz deberá sonar de una manera especial en esta plaza. El anochecer tendrá unas luces determinadas y habrá un balcón que será greca provisional en la arquitectura total que levantan el aire, la hora, el gentío, la casa del fondo, el paso, el color de las túnicas y el cielo, el redoble de los tambores, la luz de los cirios y la frase esa que se tiene que oír forzosamente para que se compongan, abrochen y reaccionen esos materiales en un solo edificio de milagro. Y lo que falte lo suplirá el espíritu.
Llamas violentas volvieron una vez pavesa de recuerdos la Virgen de la Hiniesta. Pero todavía hay unas calles y unas horas que le pertenecen. Y todos los años hay que estar allí y en el minuto exacto cerrar los ojos para verla pasar recompuesta por las potencias del alma.
Sobre la calle y el instante la Virgen de la Hiniesta aquí otra vez. Por memoria, entendimiento y voluntad. Y luego echarle olvido a ese rencor sin norte que da portazos por la calle solitaria. Salía de San Julián a las siete de la tarde.